Tuesday, June 12, 2007

El mejor medicamento...


Ya son dos semanas las que llevo trabajando en el servicio de Bienestar Mental del Sanatorio Adventista, y sin esperarlo, ha sido una experiencia que me está enseñando muchas cosas. El mundo allí adentro es otro, totalmente distinto y desconectado de la realidad que comienza de la puerta hacia afuera. Nosotros vivimos en una burbuja, bien, conociendo a Dios desde que nacimos. Ahí adentro rondan historias de todo tipo y calibre. Cuando las escucho, me doy cuenta que mi realidad es muy angosta. Un abuelo enajenado por creer que Dios jamás lo va a perdonar, una chica hermosa de 17 años que intentó varias veces quitarse la vida, una abogada exitosa que se encuentra un día con una infección generalizada en su cuerpo, un chico que recayó en las drogas... otro que se droga desde los 9 años. Una mujer que no puede llorar, otra que llora y llora y no sabe por qué... "depresión" es una de las palabras que más escuché esta semana. Al primer paciente que cuidé le llaman "Bubi" de cariño, es el que cree que Dios jamás lo podrá perdonar... y además, escuchaba la voz de Dios que le decía que sería castigado. Qué le digo a este abuelo??! me hice esa pregunta un par de veces... atiné a repetirle que Dios lo había perdonado ya, y que era un Dios de amor, no de castigo. Un día, en medio de su confusión mental y desesperación me dijo: "bueno... entonces vos te hacés cargo de mis pecados?"... le tuve que decir que sí, que me los entregara. Me los dió con la mano y a partir de ese momento se quedó mucho más tranquilo. Ya no tenía excusa, cada vez que sacaba el tema le recordaba que yo tenía sus pecados, y el lo creía así... Hace unos días Bubi se puso mal. Tantos psicofármacos a su edad le afectaron los pulmones y el corazón y lo tuvieron que subir a Terapia Intensiva. Lo visité y me reconoció, apenas podía respirar. Me había encariñado con el abuelo, y creo que él también. Cuando me reconoció me apretó la mano y comenzó a agitarse, así que no me pude quedar mucho tiempo. No sé cuánto tiempo más va a resistir, y me pregunto si hice lo suficiente para que esos últimos días los pasara lo más cómodo posible. Sólo sé que dí lo mejor de mí en cuidarlo, y que tal vez Dios le hizo sentir su perdón.

Jésica tiene 17 años, y a raíz de una experiencia triste en su vida, cría que la mejor solución era no vivir más. Me tocó acompañarla sólo un día, y fue suficiente para comenzar a conversar de todo un poco y darme cuenta que lo que estaba necesitando era un sentido claro en la dirección de su vida, y llenar el vacío que sentía con cosas útiles. Hace 2 días le quitaron los acompañantes (antes estaba vigilada 24 hs. al día por cualquier intento que pudiera tener...) y hoy se la ve con una sonrisa caminando por los pasillos. Quiere ser enfermera y piensa comenzar a estudiar en la Uap si Dios quiere. Está mejorando, se está dando cuenta que puede ser alguien útil en la vida. La voy a extrañar cuando se vaya.

Un anciano, y una adolescente. Ambos y todos los que están allí comparten un factor común. Todos vienen en busca de auxilio para que alguien les ayude a salir del pozo donde cayeron. Buscan herramientas para llevar, y es ahí donde entra en juego mi influencia como acompañante. Déjenme decirles que nunca había trabajado en esto, pero me está gustando mucho. Me ha tocado bañar a un paciente en su cama, darle de comer, cargarlo hacia el baño, pasearlo en una silla de ruedas, etc. Mi paciencia ha sido puesta en juego. Pero la responsabilidad y el privilegio más grande que tengo, ha sido dar palabras de aliento y mostrar a Jesús a través de mis acciones y actitudes. Siento que Dios me puso ahí por una razón, y El es el que me capacita para hacer el trabajo de un día lo mejor posible. Y lo más gratificante es que está dando resultado!

Gracias a Dios he podido acercarme a varios pacientes, para compartir aunque sea un poco de lo que Dios quiere para sus vidas y lo que está haciendo en mi vida. El sábado en la tarde fuimos con Cynthia, Alfred y Vero a visitar al grupo de internos. Cantamos con Cynthia 2 canciones que fueron suficientes para que salieran algunas lágrimas. Les regalé el poema "Huellas" para que recuerden que en los momentos difíciles Dios siempre nos carga en sus brazos. Eso más los mensajes del pastor encargado de la rehabilitación espiritual están haciendo lo que los medicamentos no pueden curar: el alma dolorida.
Estoy segura de que Dios está sanando los corazones de ellos. El es tan poderoso que la abogada pidió estudios bíblicos y preguntó qué tenía que hacer para "ser adventista". La mujer que lloraba sin saber por qué, tiene otra cara. Más alegre! y cada día que voy, la veo mejor. Una pareja de esposos, me contaban hace un par de horas, que venir a este lugar había sido una renovación para su matrimonio. Que hoy hablando con el pastor, habían dado el primer paso para solucionar su problema y que mejor que cualquier medicamento que les pudiesen haber dado todos estos días, el medicamento de Dios activo en sus vidas había sacado la espina que llevaban en el corazón por años. Si los vieran... parece que estuvieran en su segunda luna de miel.

Estas son las experiencias que me están llenando, y le agradezco a Dios por haberme dado este trabajo. El simple hecho de ver cómo los pacientes dan un paso hacia la recuperación día tras día, me hace sentir que aunque esté aportando un solo granito de arena a la playa, vale la pena. Sonreir, abrazar, decir un complemento, escuchar, hacer una oración, estar siempre dispuesto o simplemente estar ahí, son las formas en que Dios nos utiliza para acompañar a otros en su dolor. Su medicamento no te alivia solo los síntomas pasajeros, te cura de por vida.


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